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Bienvenidos a mi lugar, vuelvan pronto.



20/11/08

Lágrimas de desamor de Miranda Lee (Sólo el prólogo)

ERA perfecta, se dijo Justin al ver a la señorita Rachel Witherspoon entrar en la oficina para la entrevista.

De aspecto sencillo y formal, iba vestida con un traje negro nada sexy y tenía el cabello castaño recogido en un moño trenzado. No llevaba maquillaje ni perfume, comprobó Justin con alivio; era la antítesis absoluta de la rubia explosiva que se había paseado por la oficina contoneando el trasero durante el mes anterior, simulando ser su secretaria.

No, estaba siendo injusto. La chica había sido bastante eficiente, pero, al cabo de unos pocos días, dejó claro que sus servicios podían ir más allá de los de una simple secretaria. Aprovechaba cada oportunidad, y cada arma de su considerable arsenal físico, para transmitirle dicho mensaje. Lo había bombardeado con sus sonrisas, sus ropas y sus comentarios provocativos hasta que Justin no pudo soportarlo más. El lunes anterior, al verla entrar con un escote más exagerado que el de una prostituta, le anunció que aquella sería su última semana en la oficina, aduciendo que había contratado a una secretaria permanente.

Era mentira, sí, pero una mentira necesaria para su cordura.

No era que se sintiera sexualmente atraído por ella. Pero cada vez que aquella chica lo abordaba, Justin se acordaba de lo que Mandy había estado haciendo con su jefe. Aún lo hacía mientras viajaba con él por todo el mundo como su ayudante personal.

Justin apretó los dientes al pensarlo. Habían transcurrido dieciocho meses desde que su esposa le confesó lo que ocurría y le comunicó la devastadora noticia de que pensaba dejarlo para amancebarse con su jefe.

¡Dieciocho meses! Pero el dolor no desaparecía. El dolor de la traición y el engaño, agravado por el recuerdo de las cosas que Mandy le dijo aquel último día. ¡Cosas crueles, hirientes!

Otros hombres habrían curado su ego herido acostándose con todas las mujeres que se pusieran a su alcance. Pero él no se había acostado con nadie desde que Mandy lo dejó. La mera idea de intimar físicamente con otra mujer le producía escalofríos. Por supuesto, esto era algo que sus amigos y conocidos varones ignoraban. Uno no confesaba una cosa semejante a otros hombres. Su madre, en cambio, sí lo había intuido. Sabía hasta qué punto lo habían herido la infidelidad y el abandono de Mandy, y no dejaba de decirle que algún día encontraría a una mujer realmente buena que lo ayudaría a olvidarla.

Las madres eran las eternas optimistas. Y unas casamenteras incorregibles.

Así pues, cuando su madre, a quien había hablado de la situación en la oficina, le telefoneó para anunciarle que había encontrado a la secretaria perfecta, Justin se sintió comprensiblemente receloso.

Pero al final accedió a entrevistar a la señora Witherspoon.

Y allí la tenía.

¡Qué delgada estaba! Y parecía terriblemente cansada, con aquellas grandes ojeras. Aunque tenía bonitos ojos, de un color interesante. Pero muy tristes...

Según la fecha de nacimiento que figuraba en el currículum, tenía tan solo treinta y un años, pero parecía más cercana a los cuarenta.

Era comprensible, se dijo Justin, después de lo que había pasado aquellos últimos años. Lo invadió una oleada de compasión y decidió ofrecerle el puesto. Aun así, siguió el procedimiento de la entrevista para que ella no sospechase. A nadie le gustaba la conmiseración. Ni la lástima.

‑Bien, Rachel ‑dijo Justin una vez que ella se hubo sentado en la silla‑, mi madre me ha hablado mucho de usted. Y su currículum es impresionante ‑añadió señalando el historial de trabajo que había recibido por fax el día anterior‑. He visto que una vez quedó finalista en el concurso de Secretaria del Año. Y que su jefe en aquel entonces ocupaba un puesto muy alto en la Australian Broadcasting Corporation. Podría hablarme de su experiencia profesional en dicha empresa...

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