El que quiere, puede!!

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Bienvenidos a mi lugar, vuelvan pronto.



15/11/08

Camposanto debe morir de Raquel Barbieri

(Historia de un régisseur desgraciado)
Sátira lírica contemporánea con efectos colaterales. Partes 1 y 2.



UNO
Kevin María Camposanto había decidido morir esa mañana. No
encontraba, pese a su esmero, una razón para continuar de esa manera: tan sólo subsistiendo.
Camposanto era un hombre de mala suerte, plagado de desencuentros
amorosos y laborales, endeudado hasta los cojones, maniático y casi
enajenado, quien para colmo no entendía qué cosa había venido a hacer en esta vida.
Siempre había llegado tarde a todas partes y no había encontrado la
oportunidad en su carrera, o lo que es peor, la había dejado pasar sin darse cuenta.
Ese era su gran interrogante: ¿Había o no pasado la oportunidad?

Tal vez, podría haber sido el Director La Scala de Milán o del Colón, y
perdiendo el tiempo con pavadas, el éxito se había ofendido con él. O tal
vez no, maybe not at all. Ese era su problema: la disyuntiva constante que
no le permitía decidir, no entender y querer encontrar una explicación
lógica para todo, aún para lo que no pasa por la lógica: Así, según su
mente semi-extraviada, si Musetta Sieglinde von die Orten (la soprano
que constituyera el amor de su vida) era “A” y él, Kevin María
Camposanto era “B”, el tenor Pascual López Taylor que se había fugado
con Musetta Sieglinde era “C” y las deudas que Camposanto contrajera
para pagar los caprichos de Musetta Sieglinde eran “D”, entonces:
“A” pertenece a “B” siempre y cuando “C” no se meta en el medio.
Ahora bien, si “B” no coopera con la economía de “A”, “A” ya no es parte
integrante de “B” y se va al conjunto “C”… o sea, al del estúpido tenor
engreído, disfrutando en modo absoluto de “D” y quedando “B” como el
tercero excluído.


DOS
Como hacía tanto tiempo que no frecuentaba su ambiente operístico, era
más que menester recordarles a sus contemporáneos que él aún estaba
vivo. Entonces, buscando en el caos de su casa la agenda con los teléfonos
de esta gente, fue encontrando cantidad de otras cosas: fotos, cartas
amarillentas, papelitos con números de teléfono sin nombres, naipes, un
caramelo derretido adentro de un cuaderno con anotaciones de “Tristan
und Isolde”, y un chocolate que había pasado del marrón normal a un
blancor infame.
Kevin María era sucio.
Debajo de cada mueble podía haber cualquier cosa, desde pelusas añejas
con algún bicho bolita de huésped, hasta pelos del perro que había tenido
hasta el año anterior.
Y de pronto salieron a relucir dos tangas usadas: una con una pluma
sospechosa y la otra con lentejuelas, ambas pertenecientes a un par de
mujeres que equivocaron el rumbo entrando en esa casa; y si bien el
hallazgo de sus tesoros lo distrajo durante algunos momentos, como
Camposanto no era un hombre de quedar atrapado por mucho tiempo en
lo mismo, prosiguió con la búsqueda de la agenda.
Pasaron tres horas…
La agenda había ido a parar al lavadero con la ropa sucia, que era una
montaña agria, triste y olvidada.
El hombre, satisfecho, decidió pasar entonces a la fase “dos” de su
proyecto: Salir y llamar por teléfono a sus conocidos para invitarlos a una
reunión en su casa ese día con el pretexto de una convocatoria laboral.
Pero… ¿Y si no podían ese mismo día? No, no daría resultado: Mejor sería
postergar la muerte y en lugar de mentirles con lo del trabajo, podría decir
que los invitaba a su fiesta de cumpleaños; de todas formas, nadie
recordaba cuando era.
Ergo, la fase dos del “Proyecto Camposanto” debía ser modificada:
Primero había que planear la fiesta, llamar luego a los interesados para el
convite y después comprar algunas provisiones. Eso parecía ser mejor.
Sólo había que organizarse y limpiar la casa que constituía un verdadero
asco con olor a rancio, y no crean que estoy exagerando en un mero afán
de criticar al artista: Estoy siendo benévola y pasando por alto ciertos
detalles que no caerían muy bien entre ustedes.
En fin, estos cambios de último momento tranquilizaron un poco a Kevin
María Camposanto, aunque el asunto de la limpieza lo sumió en la tristeza
propia del mugriento; pero como un Camposanto hace todo a lo grande,
rompió el hielo y se arremangó sacando su ímpetu artístico a relucir y
comenzó con las labores del hogar como cualquier hijo de vecino…
El problema era que Kevin María no era cualquier hijo de vecino… El era
un incomprendido, un alma errante, un ermitaño… y un roñoso también.

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