La guerra es la obra de arte de los militares, la coronación de su
formación, el broche dorado de su profesión. No han sido creados para brillar
en la paz.
Me arrepiento de las dietas, de los platos deliciosos rechazados por
vanidad, tanto como lamento las ocasiones de hacer el amor que he dejado pasar
por ocuparme de tareas pendientes o por virtud puritana.
Aprendí pronto que al emigrar se pierden las muletas que han servido de
sostén hasta entonces, hay que comenzar desde cero, porque el pasado se borra
de un plumazo y a nadie le importa de dónde uno viene o qué ha hecho antes.
Escribir es como hacer el amor. No te preocupes por el orgasmo, preocúpate
del proceso.
Mi vida ha consistido en desafiar la autoridad, lo que me enseñaron de
pequeña. La vida es puro ruido entre dos silencios abismales. Silencio antes de
nacer, silencio después de la muerte.
El que busca la verdad corre el riesgo de encontrarla.
He sido forastera durante casi toda mi vida, condición que acepto porque no
me queda alternativa.
La infancia feliz es un mito.
Vengo del llamado tercer mundo. ¿Cuál es el segundo?
Es mejor ser hombre que mujer, porque hasta el hombre más miserable tiene
una mujer a la cual mandar.
A los niños nadie les enseña algunas cosas indispensables, como arreglar
una llave que gotea, sobornar a un funcionario o cortarle el pelo al perro.
A cada rato uno naufraga en lagunas educacionales. Cuando hay que detener
un taxi uno piensa por qué diablos no enseñan a silbar desde el primer grado. O
a desengrasar ollas, salir de un ascensor atascado, cambiar un caucho o llenar
un formulario.
Los
chilenos seguimos conectados a la tierra, como los campesinos que antes fuimos.
Para las mujeres el mejor afrodisíaco son las palabras, el punto g
está en los oídos, el que busque más abajo está perdiendo el tiempo.
La muerte no existe, la gente sólo muere cuando la olvidan; si
puedes recordarme siempre estaré contigo.
Todo el mundo nace con algún talento especial y Eliza Sommers
descubrió temprano que ella tenía dos: buen olfato y buena memoria. El primero
le sirvió para ganarse la vida y el segundo para recordarla, si no con
precisión, al menos con poética vaguedad de astrólogo.
(...) Ya entonces tenía el hábito de escribir las cosas
importantes y más tarde, cuando se quedó muda, escribía también las
trivialidades, sin sospechar que cincuenta años después, sus cuadernos me
servirían para rescatar la memoria del pasado y para sobrevivir a mi propio
espanto....
Su oficio era vender palabras. Recorría el país, desde las
regiones más altas y frías hasta las costas calientes, instalándose en las
ferias y en los mercados, donde montaba cuatro palos con un toldo de lienzo,
bajo el cual se protegía del sol y de la lluvia para atender a su clientela.
Compraron tierras fértiles en las cercanías de la capital que con
el tiempo aumentaron de valor, se refinaron, levantaron mansiones señoriales
con parques y arboledas, casaron a sus hijas con criollos ricos, educaron a los
hijos en severos colegios religiosos, y así con el correr de los años se
integraron a una orgullosa aristocracia de terratenientes que prevaleció por
más de un siglo, hasta que el vendaval del modernismo la reemplazó en el poder
por tecnócratas y comerciantes.
Mi padre, un indio de ojos amarillos, provenía del lugar donde se
juntan cien ríos, olía a bosque y nunca miraba al cielo de frente, porque se
había criado bajo la cúpula de los árboles y la luz le parecía indecente...
No se puede encontrar a quien no quiere ser encontrado.
Esto sirve para tranquilizarnos la conciencia, hija -explicaba a
Blanca-. Pero no ayuda a los pobres. No necesitan caridad, sino justicia.
Una gran parte de la clase media se alegró con el Golpe Militar,
porque significaba la vuelta al orden, a la pulcritud de las costumbres, las
faldas en las mujeres y el pelo corto en los hombres, pero pronto empezó a
sufrir el tormento de los precios altos y la falta de trabajo. No alcanzaba el
sueldo para comer. En todas las familias había alguien a quien lamentar y ya no
pudieron decir, como al principio, que si estaba preso, muerto o exiliado, era porque
se lo merecía. Tampoco pudieron seguir negando la tortura.
Escribo, ella escribió, que la memoria es frágil y el transcurso
de una vida es muy breve y sucede todo tan deprisa, que no alcanzamos a ver la
relación entre los acontecimientos, no podemos medir la consecuencia de los
actos, creemos en la ficción del tiempo, en el presente, el pasado y el futuro,
pero puede ser también que todo ocurre simultáneamente, como decían las tres
hermanas Mora, que eran capaces de ver en el espacio los espíritus de todas las
épocas. Por eso mi abuela Clara escribía en sus cuadernos, para ver las cosas
en su dimensión real y para burlar a la mala memoria.
MemoriaLas
fotografías engañan al tiempo, suspendiéndolo en un trozo de cartón donde el
alma queda bocabajo, decía.
Tenía un pie en la ilusión obligada y otro en la realidad secreta.
Lo puedo leer en tus ojos, vienes de una noche de amor.
Su vida estaba hecha de ruinas encadenadas sin variantes, salvo
aquellas marcadas por las estaciones. Sólo existía trabajo y cansancio para
ella.
Ella se consideraba a sí misma como un cometa navegando en el
viento y, asustada de su propio motín interior, cedía a veces a la tentación de
pensar en alguien que pusiera freno a sus impulsos; pero esos estados de ánimo
le duraban poco. Cuando meditaba en su futuro se tornaba melancólica, por eso
prefería vivir desaforada mientras le fuera posible.
Para Francisco la relación de Irene con su novio era apenas la
suma de dos soledades y de muchas ausencias. Decía que cuando tuvieran ocasión
de permanecer juntos durante un tiempo, ambos comprenderían que sólo los unía
la fuerza del hábito. No había urgencia alguna en ese amor, sus encuentros eran
apacibles y demasiado largas sus separaciones.
La besó en la mejilla lo más cerca posible de la boca, deseando
con pasión permanecer a su lado eternamente para preservarla de las sombras.
Olía a yerbas y tenía la piel fría. Supo que amarla era su destino inexorable.
La tensión se aflojó poco a poco. Ella tomó entre sus manos la
oscura cabeza de su amigo y lo miró. Sonrieron aliviados, divertidos,
temblorosos, seguros de que no intentarían una aventura fugaz porque estaban
hechos para compartir la existencia en su totalidad y emprender juntos la
audacia de amarse para siempre.
El ardor de ese beso no los abandonó en muchos días y llenó de
fantasmas delicados sus noches, dejando su recuerdo en la piel, como una
quemadura. La alegría de ese encuentro los transportaba levitando por la calle,
los impulsaba a reír sin causa aparente, los despertaba sobresaltados en la
mitad de un sueño. Se tocaban los labios con las puntas de los dedos y evocaban
exactamente la forma de la boca del otro.
El orgullo de quien se cree hermosa daba a su andar un ritmo
insolente.
Se reunían un par de veces al año en cualquier punto del mapa para
vivir unos días de ilusión y regresar luego con el cuerpo agradecido y el alma
alborozada.
Ella notó el cambio en su respiración, levantó la cara y lo miró.
En la tenue claridad de la lunacada uno adivinó el amor en los ojos del otro.
La tibia proximidad de Irene envolvió a Francisco como un manto misericordioso.
Cerró los párpados y la atrajo buscando sus labios, abriéndolos en un beso
absoluto cargado de promesas, síntesis de todas las esperanzas, largo, húmedo,
cálido beso, desafío a la muerte, caricia, fuego, suspiro, lamento, sollozo de
amor. Recorrió su boca, bebió su saliva, aspiró su aliento, dispuesto a
prolongar aquel momento hasta el fin de sus días, sacudido por el huracán de
sus sentidos, seguro de haber vivido hasta entonces nada más que para esa noche
prodigiosa en la cual se hundiría para siempre en la más profunda intimidad de
esa mujer.
SuspioLargamente, sin
apuro, en la paz de la noche habitó en ella deteniéndose en el umbral de cada
sensación, saludando al placer, tomando posesión al tiempo que se entregaba.
Colocaron una tapa hermética sobre la realidad y dejaron
que abajo fermentara un caldo atroz, juntando tanta presión que cuando
estallara no habría máquinas de guerra ni soldado suficientes para controlarlo.
Ella no se ajustaba al modelo de esposa de un oficial de
alta graduación, estaba segura de no serlo nunca, aunque se diera vuelta al
revés como un calcetín. Suponía que si no se conocieran desde la niñez, jamás
se habría enamorado de él y posiblemente ni siquiera hubieran tenido ocasión de
encontrarse, porque los militares viven en círculos cerrados y prefieren
casarse con hijas de sus superiores o hermanas de sus compañeros, educadas para
novias inocentes y esposas fieles, aunque no siempre las cosas resultaran así.
El terror, lejos de propiciar el orden como le enseñaron
en los cursos para oficiales, había sembrado un odio cuya cosecha sería
fatalmente mayor violencia. Sus años de carrera militar le dieron un profundo
conocimiento de la Institución y decidió emplearlo para derrocar al General.
Por fin amaneció. Avanzó la aurora como una flor de fuego
y retrocedió lentamente la oscuridad. El cielo se aclaró y la abrumadora
belleza del paisaje surgió ante sus ojos como un mundo recién nacido.
En los momentos más duros de mi existencia, cuando me ha
parecido que se cierran todas las puertas, el sabor de esos damascos me viene a
la boca para consolarme con la idea de que la abundancia está al alcance de la
mano, si uno sabe encontrarla.
¿Qué nos pasó? Tal vez estamos en el mundo para buscar el
amor, encontrarlo y perderlo, una y otra vez. Con cada amor volvemos a nacer y
con cada amor que termina se nos abre una herida. Estoy llena de orgullosas
cicatrices.
Sentí que me sumergía en esa agua fresca y supe que el
viaje a través del dolor terminaba en un vacío absoluto. Al diluirme tuve la
revelación de que ese vacío está lleno de todo lo que contiene el universo. Es
nada y es todo a la vez. Luz sacramental y oscuridad insondable. Soy el vacío,
soy todo lo que existe, estoy en cada hoja del bosque, en cada gota de rocío,
en cada partícula de ceniza que el agua arrastra, soy Paula y también soy yo
misma, soy nada y todo lo demás en esta vida y en otras vidas, inmortal.
Me duele como a ti, pero tengo menos miedo de la muerte y
más esperanza en la vida -replicó abrazándome.
Me curé con el remedio de burro sugerido por Michael:
enterré el amor en un arenal de silencio. No comenté lo ocurrido por varios
años, hasta que dejó de dolerme, y fui tan drástica en el propósito de eliminar
hasta el recuerdo de las mejores caricias, que se me pasó la mano y tengo una
laguna alarmante en la memoria donde se ahogaron no sólo las desgracias de ese
tiempo, sino también buena parte de las alegrías.
Mi pasado tiene poco sentido, no veo orden, claridad,
propósitos ni caminos, sólo un viaje a ciegas, guiada por el instinto y por
acontecimientos incontrolables que desviaron el curso de mi suerte.
Si escribo algo, temo que suceda, si amo demasiado a
alguien temo perderlo; sin embargo no puedo dejar de escribir ni de amar...
El feminismo no me alcanzó para repartir las tareas domésticas, en
verdad esa idea no me pasó por la cabeza, creía que la liberación consistía en
salir al mundo y echarme encima los deberes masculinos, pero no pensé que
también se trataba de delegar parte de mi carga.
En algunos instantes creí tocar el alma del amante y alcancé a
soñar con la posibilidad de una relación más profunda, pero al día siguiente
tomaba otro avión y la exaltación se diluía en las nubes.