Inocencia y horror, ambos en estado puro.
Difícil asimilar los
hechos y decisiones, difícil tomar partido, difícil establecer empatía con
alguno de los adultos, imposible abandonar la lectura de este libro.
El “final feliz” apenas logra mitigar la angustia y la
náusea profunda por todo lo que sucedía en el sótano.
Los adultos proceden
de forma contradictoria con sus hijos; por no perder a uno, afectan a
toda la familia en una forma irreparable, mientras que a la hija la condenan
cargándola con toda, toda la culpa de lo sucedido.
El único pecado que cometió la niña fue incitar a su hermano,
desobedeciendo a sus padres, para que
subiera al faro, pero ella no lo empujó. Fue un pecadillo común entre hermanos,
aprovechar cuando están solos.
Además, ella era la única que en el momento de la crisis,
sabía exactamente lo que había que hacer.
El capítulo resolutivo final no llega a convencer.
Y me quedó un cabito suelto: qué hicieron con el cuerpo de
la chica?
La historia es inolvidable.
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