“pero las únicas que volvieron al día siguiente fueron las mariposas.
Y con ellas regresó la discordia, puesto que en el momento en que Doña Mariana Morales, una rígida ama de casa de intachable reputación, le confesó sin venir a cuento a su marido que no volvía de misa, sino de acostarse con Proimitivo Garmendia, el panadero-cosa que acostumbraba a hacer tres veces por semana-se inició una trifulca generalizada que nadie encontró forma humana de atajar.
Catalina acudió al bosque a media tarde huyendo de aquel infierno, llorando sin consuelo, y lamentándose por el hecho de que Monteoscuro se hubiera convertido en un lugar salvaje e inhabitable por culpa de su único hijo.
-¿Por qué mía?-quiso saber Gacel.
-¿Por qué desde que se te ocurrió la absurda idea de vivir en los árboles, la gente parece haberte vuelto loca?
-Por lo que me cuentas-replicó el chiquillo no sin cierta razón-no es que se haya vuelto loca; es que se ha vuelto sincera.
-Quizás la sinceridad no sea más que una forma de locura-admitió ella- Todo el mundo anda diciendo lo primero que le viene a la mente, y así no hay forma de vivir.
-¿Y qué tiene que ver el que me suba a los árboles con que la gente haya dejado de mentir?-argumentó Gacel bastante molesto por lo que se le antojaba una absurda acusación sin fundamento.
-No lo sé -replicó la desolada Catalina-. Pero sospecho que así es.
Ni siquiera el niño quiso aceptar tan aventurado razonamiento, pues ni siquiera él alcanzó a relacionar la proliferación de mariposas amarillas con la epidemia de honestidad que parecía haber atacado de improviso a los seres humanos.
Pero todo comenzó a aclararse cuatro días más tarde –cuando ya casi la mitad de sus antiguos convecinos habían decidido emigrar hasta que los ánimos se calmaran-, momento en que descubrió en un claro del bosque a la hermosa mujer de los ojos cambiantes, aunque en esta ocasión no parecía ya resplandeciente, sino que aparentaría unos cincuenta años, y tanto su voz como sus gestos denotaban que se encontraba profundamente fatigada.
-¿Qué te ha ocurrido?-inquirió el chiquillo sin poder ocultar su desconcierto-. Tienes muy mal aspecto.
-Volví a tropezar con los hombres- replicó ella con una leve sonrisa amarga-. Pero en esta ocasión conseguiré recuperarme sin tu ayuda.
-Me gusta ayudarte –le hizo notar él-. No hay nada qye desee con más fuerza, aunque odio que vuelvas a marcharte para pasar por esto.
-Será la última vez –señaló convencida-. Al fin he encontrado la forma de vencer a los humanos.
-¿Vencer a los humanos? –se sorprendió el niño-. ¿Cómo?
Los ojos de la extraña mujer cambiaron de color y se hicieron tan negros como la noche más oscura.
-Dejando de ser generosa –musitó-. Durante miles de años les he proporcionado toda clase de frutos con los que alimentarse, hermosos paisajes en los que vivir, ricos pastos para criar sus animales e incluso exóticas plantas de las que obtener remedios contra sus enfermedades. –Lanzó un hondo suspiro-. Todo cuanto necesitaban lo obtenían de mí, pero no sólo no han sabido agradecérmelo, sino que me han maltratado, humillado y ofendido.- - Negó con un gesto -. Y ya no lo soporto.
-¿Qué piensas hacer? –se alarmó Gacel.
-Lo que estoy haciendo… -replicó al tiempo que sus ojos adquirían una desconcertante tonalidad violeta-. Le estoy arrebatando al ser humano la más terrible de sus armas.
-¿Y es…?
-La mentira.
-¿La mentira? –repitió el chiquillo estupefacto -. ¿Qué quieres decir con eso?
-Que si despojo al hombre de su inagotable capacidad de mentir, se acabará como especie y yo recuperaré mi antigua lozanía. –Sus ojos lanzaron violentos destellos marrones-. Los animales nunca mienten; no han aprendido a hacerlo, y por eso convivíamos en paz y armonía. –Sonrió una vez más -. Quiero volver a los tiempos en los que todo era lo que aparentaba ser.
-¿Y cómo piensas conseguirlo?? –quiso saber Gacel.
La mujer de los ojos cambiantes señaló dos mariposas amarillas posadas sobre un claro.
-A través de ellas –replicó-. Del mismo modo que fui capaz de crear el alcohol que embota los sentidos, las drogas que anulan las voluntades, los venenos que destruyen las vidas, he sabido crear unos seres ante cuya presencia los hombres pierden la capacidad de conectar sus ideas con el fin de pensar una cosa y decir potra. –golpeó con el dedo el tronco sobre el que se sentaba -. Ya nunca más conseguirán hacerlo –sentenció-. Ya nunca sabrán mentir.
El asombrado Gacel a punto estuvo de caer del castaño en que se encontraba subido y desnucarse, pues aquella era la más sorprendente explicación que hubiera escuchado a lo largo de su ya demasiado sorprendente vida.
A pesar de que era aún muy joven siempre había sido fin niño extraordinariamente intuitivo, y ello le permitió captar de inmediato lo que podía ser un mundo en que el hombre hubiese perdido la facultad de ocultar sus sentimientos.
Comprendió sin gran esfuerzo las razones de cuanto había acontecido aquellos días e4n Monteoscuro, y trató de imaginar lo que sucedería en una gran ciudad cuando todos sus habitantes anduvieran por las calles soltando sin recato lo que pensaban.
El ser humano no estaba preparado para decir siempre la verdad, y mucho menos aún para escucharla, y aunque la mayoría de la gente presumiera de no mentir jamás, “jamás” era en este caso una palabra sin validez, porque callar no significaba lo mismo que decir la verdad por mucho que algunos pretendieran que así era.
Aún falta más ...
Y con ellas regresó la discordia, puesto que en el momento en que Doña Mariana Morales, una rígida ama de casa de intachable reputación, le confesó sin venir a cuento a su marido que no volvía de misa, sino de acostarse con Proimitivo Garmendia, el panadero-cosa que acostumbraba a hacer tres veces por semana-se inició una trifulca generalizada que nadie encontró forma humana de atajar.
Catalina acudió al bosque a media tarde huyendo de aquel infierno, llorando sin consuelo, y lamentándose por el hecho de que Monteoscuro se hubiera convertido en un lugar salvaje e inhabitable por culpa de su único hijo.
-¿Por qué mía?-quiso saber Gacel.
-¿Por qué desde que se te ocurrió la absurda idea de vivir en los árboles, la gente parece haberte vuelto loca?
-Por lo que me cuentas-replicó el chiquillo no sin cierta razón-no es que se haya vuelto loca; es que se ha vuelto sincera.
-Quizás la sinceridad no sea más que una forma de locura-admitió ella- Todo el mundo anda diciendo lo primero que le viene a la mente, y así no hay forma de vivir.
-¿Y qué tiene que ver el que me suba a los árboles con que la gente haya dejado de mentir?-argumentó Gacel bastante molesto por lo que se le antojaba una absurda acusación sin fundamento.
-No lo sé -replicó la desolada Catalina-. Pero sospecho que así es.
Ni siquiera el niño quiso aceptar tan aventurado razonamiento, pues ni siquiera él alcanzó a relacionar la proliferación de mariposas amarillas con la epidemia de honestidad que parecía haber atacado de improviso a los seres humanos.
Pero todo comenzó a aclararse cuatro días más tarde –cuando ya casi la mitad de sus antiguos convecinos habían decidido emigrar hasta que los ánimos se calmaran-, momento en que descubrió en un claro del bosque a la hermosa mujer de los ojos cambiantes, aunque en esta ocasión no parecía ya resplandeciente, sino que aparentaría unos cincuenta años, y tanto su voz como sus gestos denotaban que se encontraba profundamente fatigada.
-¿Qué te ha ocurrido?-inquirió el chiquillo sin poder ocultar su desconcierto-. Tienes muy mal aspecto.
-Volví a tropezar con los hombres- replicó ella con una leve sonrisa amarga-. Pero en esta ocasión conseguiré recuperarme sin tu ayuda.
-Me gusta ayudarte –le hizo notar él-. No hay nada qye desee con más fuerza, aunque odio que vuelvas a marcharte para pasar por esto.
-Será la última vez –señaló convencida-. Al fin he encontrado la forma de vencer a los humanos.
-¿Vencer a los humanos? –se sorprendió el niño-. ¿Cómo?
Los ojos de la extraña mujer cambiaron de color y se hicieron tan negros como la noche más oscura.
-Dejando de ser generosa –musitó-. Durante miles de años les he proporcionado toda clase de frutos con los que alimentarse, hermosos paisajes en los que vivir, ricos pastos para criar sus animales e incluso exóticas plantas de las que obtener remedios contra sus enfermedades. –Lanzó un hondo suspiro-. Todo cuanto necesitaban lo obtenían de mí, pero no sólo no han sabido agradecérmelo, sino que me han maltratado, humillado y ofendido.- - Negó con un gesto -. Y ya no lo soporto.
-¿Qué piensas hacer? –se alarmó Gacel.
-Lo que estoy haciendo… -replicó al tiempo que sus ojos adquirían una desconcertante tonalidad violeta-. Le estoy arrebatando al ser humano la más terrible de sus armas.
-¿Y es…?
-La mentira.
-¿La mentira? –repitió el chiquillo estupefacto -. ¿Qué quieres decir con eso?
-Que si despojo al hombre de su inagotable capacidad de mentir, se acabará como especie y yo recuperaré mi antigua lozanía. –Sus ojos lanzaron violentos destellos marrones-. Los animales nunca mienten; no han aprendido a hacerlo, y por eso convivíamos en paz y armonía. –Sonrió una vez más -. Quiero volver a los tiempos en los que todo era lo que aparentaba ser.
-¿Y cómo piensas conseguirlo?? –quiso saber Gacel.
La mujer de los ojos cambiantes señaló dos mariposas amarillas posadas sobre un claro.
-A través de ellas –replicó-. Del mismo modo que fui capaz de crear el alcohol que embota los sentidos, las drogas que anulan las voluntades, los venenos que destruyen las vidas, he sabido crear unos seres ante cuya presencia los hombres pierden la capacidad de conectar sus ideas con el fin de pensar una cosa y decir potra. –golpeó con el dedo el tronco sobre el que se sentaba -. Ya nunca más conseguirán hacerlo –sentenció-. Ya nunca sabrán mentir.
El asombrado Gacel a punto estuvo de caer del castaño en que se encontraba subido y desnucarse, pues aquella era la más sorprendente explicación que hubiera escuchado a lo largo de su ya demasiado sorprendente vida.
A pesar de que era aún muy joven siempre había sido fin niño extraordinariamente intuitivo, y ello le permitió captar de inmediato lo que podía ser un mundo en que el hombre hubiese perdido la facultad de ocultar sus sentimientos.
Comprendió sin gran esfuerzo las razones de cuanto había acontecido aquellos días e4n Monteoscuro, y trató de imaginar lo que sucedería en una gran ciudad cuando todos sus habitantes anduvieran por las calles soltando sin recato lo que pensaban.
El ser humano no estaba preparado para decir siempre la verdad, y mucho menos aún para escucharla, y aunque la mayoría de la gente presumiera de no mentir jamás, “jamás” era en este caso una palabra sin validez, porque callar no significaba lo mismo que decir la verdad por mucho que algunos pretendieran que así era.
Aún falta más ...
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