El que quiere, puede!!

El que quiere, puede!!

HOLA A LAS VISITAS!!!! (LEER ANTES DE NAVEGAR)

Explico para las visitas de qué se trata todo.
Siempre me gustó guardar, registrar, conservar. Así me veo hoy con una gran cantidad de material único y preciado. El blog me permite, por un lado guardarlo en lugar seguro y por otro compartirlo con otras personas.Lo reformo y completo constantemente, agrego secciones y me divierto mucho.
Les recomiendo visitar los enlaces de Mis Favoritos. Algunos son de mi creación también, como Películas, Glosario, Biblioteca, Libros que deseo.
Bienvenidos a mi lugar, vuelvan pronto.



25/9/07

El túnel de Ernesto Sábato


“de la vanidad no digo nada,: creo que nadie está desprovisto de este notable motor humano.” (pág. 9)


“La experiencia me ha demostrado que lo que a mí me parece claro y evidente casi nunca lo es para el resto de mis semejantes. Estoy tan quemado que ahora vacilo mil veces antes de ponerme a justificar o a explicar una actitud mía y, casi siempre, termino por encerrarme en mí mismo y no abrir la boca.” (pág. 15) (conozco esa sensación)

“Perdí el recibo. Quiero decir que necesito la carta y no tengo el recibo.
La mujer y el otro empleado se miraron, durante un instante como dos compañeros de baraja.
Por fin, con el aire de quien está profundamente maravillado, me preguntó: ¿Uste quiere que le devuelvan la carta?
-Así es.
-¿Y ni siquiera tiene el recibo?
Tuve que admitir que, en efecto, no tenía ese importante documento. El asombro de la mujer había aumentado hasta el límite. Balbuceó algo que no entendí y volvió a mirar a su compañero.
-Quiere que le devuelvan una carta-tartamudeó.
El otro sonrió con infinita estupidez, pero con el propósito de querer mostrar viveza. La mujer me miró y me dijo:
-Es completamente imposible.
-Le puedo mostrar documentos-repliqué sacando unos papeles.
-No hay nada que hacer. El reglamento es terminante.
-El reglamento, como Ud comprenderá, debe estar de acuerdo con la lógica-exclamé con violencia, mientras comenzaba a irritarme un lunar con pelos que esa mujer tenía en la mejilla.
-¿Usted conoce el reglamento?
-No hay necesidad de conocerlo, señora-respondí fríamente, sabiendo que la palabra “señora” debía herirla mortalmente.
Los ojos de la arpía brillaban ahora de indignación.
-Usted comprende, señora, que el reglamento no puede ser ilógico: tiene que haber sido redactado por una persona normal, no por un loco. Si yo despacho una carta y al instante vuelvo a pedir que me la devuelvan porque me he olvidado de algo esencial, lo lógico es que se atienda mi pedido. ¿O es que el correo tiene empeño en hacer llegar cartas incompletas o equívocas? Es perfectamente claro y razonable que el correo es un medio de comunicación, no un medio de compulsión: el correo no puede “obligar” a mandar una carta si yo no quiero.
-Pero Usted lo quiso- respondió.
-¡Sí!-grité-, ¡pero le vuelvo a repetir que ahora no lo quiero!
-No me grite, no sea maleducado. Ahora es tarde.
-No es tarde porque la carta está allí-dije señalando hacia el cesto de las cartas despachadas.
La gente comenzaba a protestar ruidosamente. La cara de la solterona temblaba de rabia. Con verdadera repugnancia, sentí que todo mi odio se concentraba en el lunar.
-Yo le puedo probar que soy la persona que que ha mandado la carta-repetí, mostrándole unos papeles personales.
-No grite, no soy sorda-volvió a decir-yo no puedo tomar semejante decisión.
-Consulte al jefe, entonces.
-No puedo. Hay demasiada gente esperando. Acá tenemos mucho trabajo, ¿comprende?
-Este asunto forma parte del trabajo-expliqué.
Algunos de los que estaban esperando propusieron que me devolvieran la carta de una vez y se siguiera adelante. La mujer vaciló un rato, mientras simulaba trabajar en otra cosa; finalmente fue adentro y al cabo de un rato volvió con un humor de perro. Buscó en el cesto.
-¿Qué estancia?
-Estancia Los Ombúes-respondí con venenosa calma.
Después de una búsqueda falsamente alargada, tomó la carta en sus manos y comenzó a examinarla como si la ofrecieran en venta y dudase de las ventajas de la compra.
-Sólo tiene iniciales y dirección-dijo.
-¿Y eso?
-¿Qué documentos tiene para probarme que es la persona que mandó la carta?
-Tengo el borrador-dije, mostrándoselo.
Lo tomó, lo miró y me lo devolvió.
-¿Y cómo sabemos que es el borrador de la carta?
-Es muy simple: abramos el sobre y lo podremos verificar.
La mujer dudó un instante, miró el sobre cerrado y luego me dijo:
-¿Y cómo vamos a abrir esta carta si no sabemos que es suya? Yo no puedo hacer eso.
La gente comenzó a protestar de nuevo. Yo tenía ganas de hacer alguna barbaridad.
-Ese documento no sirve-concluyó la harpía.
-¿Le parece que la cédula de identidad será suficiente?-pregunté con irónica cortesía.
-¿La cédula de identidad?
Reflexionó, miró nuevamente el sobre y luego dictaminó:
-No, la cédula sola no, porque acá sólo están las iniciales. Tendrá que mostrarme también un certificado de domicilio. O si no la libreta de enrolamiento, porque en la libreta figura el domicilio.
Reflexionó un instante más y agregó:
-Aunque es difícil que usted no haya cambiado de casa desde los dieciocho años. Así que casi seguramente va a necesitar también certificado de domicilio.
Una furia incontenible estalló en mí y sentí que alcanzaba también a María y, lo que es más curioso, a Mimí.
-¡Mándela Usted así y váyase al infierno!!!!!!!!!- le grité, mientras me iba.
Salí del correo con un ánimo de mil diablos y hasta pensé si, volviendo a la ventanilla podría incendiar de alguna manera el cesto de las cartas. ¿Pero cómo? ¿Arrojando un fósforo? Era fácil que se apagara en el camino. Echando previamente un chorrito de nafta, el efecto sería seguro; pero eso complicaba las cosas. De todos modos, pensé esperar la salida del personal de turno e insultar a la solterona. (pág. 128)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Archivo del blog