
“... Pedro era testarudo y sabía muy bien lo que quería; nadie podía hacerle cambiar de rumbo con artes de magia o de cortesana, sólo con argumentos de la razón. No era hombre de pedir consejo abiertamente y menos a una mujer, pero en la intimidad conmigo se quedaba callado, paseándose por el cuarto, hasta que yo atinaba a ofrecer mi opinión. Procuraba dársela con cierta vaguedad, para que al final creyera que la decisión era suya. Este sistema siempre me sirvió bien. Un hombre hace lo que puede, una mujer hace lo que el hombre no puede.” (pág. 159)
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